04 abril, 2024

LAS MIL BOLITAS




Entre más envejezco, más disfruto de las mañanas de sábado.
Tal vez es la quieta soledad que viene por ser el primero en levantarse, o quizá el increíble gozo de no tener que ir al trabajo... de todas maneras, las primeras horas de un sábado son en extremo deliciosas.

Hace unas cuantas semanas, me dirigía hacia mi equipo de radioaficionado, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra.

Lo que comenzó como una típica mañana de sábado, se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando... déjenme contarles:

Sintonicé mi equipo de radio en banda de 20 metros, para entrar en una red de intercambio de sábado en la mañana. Después de un rato, me topé con un colega que sonaba un tanto mayor. Él le estaba diciendo a su interlocutor, algo acerca de Unas mil bolitas. 

Quedé intrigado y me detuve para escuchar con atención:
- Bueno, Tomás, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar sesenta horas a la semana para sobrevivir. Qué triste que te perdieras la presentación teatral de tu hija.

Continuó:
- Déjame decirte algo, Tomás, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades.

Y entonces fue cuando comenzó a explicar su teoría sobre las mil bolitas.

- Ves, me senté un día e hice algo de aritmética. La persona promedio vive unos setenta y cinco años, algunos viven más y otros menos, pero en promedio, la gente vive unos setenta y cinco años. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve 3,900 que es el número de sábados que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Mantente conmigo Tomás, que voy a la parte importante. Me tomó hasta que casi tenía cincuenta y cinco años pensar todo esto en detalle y para ése entonces, con mis 55 años, ya había vivido más de dos mil ochocientos sábados.

Me puse a pensar que si llegaba a los setenta y cinco años, sólo me quedarían unos mil sábados más que disfrutar. Así que fui a una tienda de juguetes y compré cada bolita que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener 1.000 bolitas. Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado.

Cada sábado a partir de entonces, he tomado una bolita y la he tirado. Descubrí que al observar cómo disminuían las bolitas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada como ver cómo se te agota tu tiempo en la tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida.

Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar. Esta mañana, saqué la última bolita de la fuente de cristal, y entonces me di cuenta de que si vivo hasta el próximo sábado entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo de vida y si hay algo que todos podemos usar es un poco más de tiempo. Me gustó conversar contigo Tomas, espero que puedas estar más tiempo con tu familia.

Hasta pronto, se despide el hombre de 75 años, cambio y fuera, ¡buen día!.

Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dio a todos, bastante sobre lo qué pensar. Yo había planeado trabajar en la antena aquella mañana, y luego iba a reunirme con unos cuantos radioaficionados para preparar la nueva circular del club.

En vez de aquello, desperté a mi esposa con un beso, Vamos querida, te quiero llevar a ti y los chicos a desayunar fuera.

¿Qué pasa? preguntó sorprendida.

Oh, nada; es que no hemos pasado un sábado junto con los chicos en mucho tiempo. Por cierto, ¿podríamos parar en la tienda de juguetes mientras estamos fuera? Necesito comprar algunas bolitas.


*

Nos acostumbramos a vivir en departamentos y a no tener otra vista que no sean las ventanas de alrededor. Y porque no tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera. Y porque no miramos para afuera luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz. Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud.

Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar café corriendo porque estamos atrasados, a comer un sándwich porque no da tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo porque ya es la tarde. A cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día. Nos acostumbramos a esperar el día entero y oír en el teléfono: hoy no puedo ir. A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos.
Si el cine está lleno, nos sentamos en la primera fila y torcemos un poco el cuello.
Si la playa está contaminada, sólo mojamos los pies y sudamos el resto del cuerpo. Si el trabajo está duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y si el fin de semana no hay mucho que hacer vamos a dormir temprano y quedamos satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado.

Nos acostumbramos a ahorrar vida que, de poco a poco, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir.

Alguien dijo: LA MUERTE ESTA TAN SEGURA DE SU VICTORIA, QUE NOS DA TODA UNA VIDA DE VENTAJA.


Anónimo